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Mostrando las entradas de noviembre, 2007

Moralejas

En estos tiempos fuera de la computadora, he podido constatar -y vivir en carne propia- una experiencia aterradora, pero por demás cierta y concisa. No perderé el tiempo relatándoles cada detalle de los hechos (para eso están las salas de chat), pero bien puedo darles una metáfora de gran ayuda. Había una vez, en un verde pastizal, un conejito blanco. Tan blanco como la nieve que sale en las películas estadounidenses de navidad. Un buen día, este conoció a una conejita blanca. Tan blanca como la nieve que sale en las películas estadounidenses de navidad. Los conejitos se conocieron, se enamoraron, tuvieron tiempo de cuchi cuchi y, al final, se casaron. Vivieron enormemente felices, derramando gotas de amor fiel y puro en cada ocasión que podían. El romance era tierno, hermoso, y candente en sentido tórrido y existencial. Al tiempo, de la unión de estos dos excéntricos ejemplares, nació una linda y tierna familia, compuesta por conejitos blancos. Tan blancos como la nieve que sale en
Tarde es. Acurrucado en el sillón de la esquina, contemplando mi suciedad. Sintiendo el mísero vacío que nos ha dejado tu partida. Incertidumbre que alberga mi corazón y que no me deja respirar tranquilo, tampoco caminar sobrio, ni siquiera intentar cínicamente de pensar que nada ha cambiado y que tu partida no nos afectará más. Fuera de la casa, casa tuya y de nosotros, que soportó una sola vez tu sátira presencia, antes que decidieras que no era digno aún de tu mirada. Porque tu visión torcida era, influenciada y manchada por los alegatos de otros. Víboras que escupen ponzoña de sus dientes fétidos, cegando el cariño y amor que profesabamos. No obstante, estúpido tu entrar y tu salir, pues tu ilusa conciencia no supo comprender y aceptar aquello que se te daba como regalo, nunca condicionado. Memorias de una noche larga, sintiendo el frío de la madrugada, fuera del balcón oxidado. Viendo fijamente las estrellas que se esconden tras los nubarrones; queriendo encontrar de luz, esa que

La verdad verdadera....

Llegando cálidamente al pináculo de las extravagancias, descubrí (por mera casualidad insustancial) que la película kilómetro 31 -aquella mexicana típica de terror, con errores cinematográficos y de guión- era basada en una historia verdadera, ocurrida en la década de los noventas. Modestia aparte, al parecer los sucesos tergiversaban lo verdaderamente absurdo de tal relato, cayendo en una serie de contradicciones símiles a las que se acostumbran a tener en estos casos cine-realidad. Con tal de destapar la densa nube que envuelve a este hecho, me dí a la tarea de crear una hipótesis de lo ocurrido realmente en aquél mítico kilómetro: Era una densa y tenebrosa noche, nítida y consumada. Un tipo se encontraba enmedio de una carretera, esperando a pedir un aventón a cualquiera que pasara por ese lugar. Poco a poco la densidad en el ambiente tergiversó en una tremenda tormenta, empapando al pobre sujeto, el cual maldecía su estúpida suerte. La espera era en vano pues nadie pasaba por aquél

No quiero que me reconozcas....

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Es un acertado tiempo para darle un cambio radical a los temas inusitados de éste, su insípido blog, volviendo parcialmente a las raices que emanan de este terreno. Y no hablo de un cambio total al pasado (no quiero volver a ser estúpido), sin embargo, he decidido realizar las recomendaciones que me han dado tiempo atrás. He de confesar que muy tentado estaba a hacer caso omiso a dicha crítica, la cual me comparaba a un capítulo de los simpsons, en el cual homero se convertía en un ser culto. Pero fuera de eso, este retorno era necesario para amainar los sentimientos retrógrados que envolvían a mi socavona cabecita. Dejando a un lado los problemas existenciales y morales, intercambiándolos por una especia de irreverencia típica de la juventud. Porque no soy un vejete inadaptado; está bien, sí soy inadaptado... Espero que no adivines quién está detrás de la máscara. También espero no haber perdido mi diluido sentido del humor. Eso es todo.